lunes, 25 de julio de 2011

Antiguao Testamento por Martin Lutero

Quinto Libro del Pentateuco


En el quinto libro, habiendo sido castigado el pueblo por su desobediencia y habiéndolos Dios estimulado un poco con su gracia, de modo que, por su benevolencia demostrada al entregarles dos reinos, ellos se sintieron movidos a cumplir gustosamente su ley, Moisés repite toda la ley con todos los sucesos que les habían ocurrido (excepto lo concerniente al sacerdocio), y aclara de nuevo todo lo relativo al gobierno secular y espiritual de un pueblo. Así Moisés, como perfecto legislador, hace suficientemente todo lo que es propio de su oficio, no promulgando la ley únicamente, sino asistiendo en su cumplimiento, y cuando había fallas, dando las explicaciones del caso y reiterándola de nuevo.

 Pero esta explicación, en el quinto libro, no contiene realmente otra cosa que fe en Dios y amor al prójimo, pues hacia ello tienden todas las leyes de Dios. Por eso se opone Moisés con su explicación a iodo lo que tiende a destruir la fe en Dios, hasta el capítulo 20; y todo lo que tiende a impedir el amor, hasta el final del libro.

En este punto es preciso observar, en primer término, que Moisés enmarcó tan minuciosamente al pueblo dentro de leyes, con el fin de no dejar ningún lugar a la razón para elegir alguna obra o inventar un culto divino propio.

Porque no enseña únicamente a temer y amar a Dios y confiar en él, sino que también ofrece diversas formas de culto divino externo, con sacrificios, votos, ayunos, mortificaciones, etc., de modo que nadie tiene necesidad de elegir algo distinto. Así también enseña a plantar, a labrar, a casarse, a luchar, a dirigir a los hijos, los sirvientes y la casa, a comprar y vender, a prestar y devolver, y todo lo que ha va que hacer, tanto externa como internamente, a tal punto que algunos de estos reglamentos parecen a primera vista tontos y vanos.

Pero, por qué, estimado amigo, procede Dios de esta manera?
En último término, porque ha tomado a este pueblo para que sea suyo y para que él fuera su Dios: por eso los quería regir de tal modo que todo su actuar fuese seguramente recto delante de él. Pues si alguien hace algo que no ha sido prefijado por la palabra de Dios, no tiene valor ante Dios y es inútil. Pues él prohíbe en los capítulos 4 y 13 del quinto libro todo agregado a sus leyes y en el capítulo 12 dice que no deben hacer lo que a ellos les parezca correcto.

También el Salterio y todos los profetas se lamentan de que el pueblo ejecute buenas obras escogidas por ellos mismos y que Dios no había ordenado. Pues él no quiere y no puede tolerar que los suyos emprendan algo que él no ha mandado, por muy bueno que sea.

 Porque la obediencia, la cual se atiene a la palabra de Dios, es la más excelente y noble de todas las obras.

Ya que en esta vida no se puede carecer de una forma externa de culto y de proceder, les ha ofrecido diversas formas, enmarcándolas en su mandamiento, a fin de que, si quisieran o debieran tributar a Dios un culto externo, escogiesen el indicado por Dios y no uno de su propia invención, y para que con ello estuviesen seguros y ciertos de que esta su acción se realizaba en el marco de la palabra y de la obediencia de Dios.
Así pues, les estaba estrictamente vedado seguir su razón y su libre voluntad para hacer el bien y vivir en rectitud, y sin embargo tenían estipulado y determinado más que suficientemente sitio, lugar, tiempo, persona, obra y forma, de tal modo que no se podían quejar ni tenían necesidad de seguir el ejemplo de cultos divinos extraños.

En segundo lugar, es preciso observar que hay tres clases de leyes. Algunas tratan solamente de bienes temporales, como las leyes imperiales entre nosotros. Éstas han sido establecidas por Dios principalmente a causa de los malos, a fin de que no hicieran cosas aún peores, por tal motivo, dichas leyes son represivas más que instructivas, como cuando Moisés ordena dar a la mujer una carta de divorcio en caso de separación; o que un hombre apremie a su mujer mediante una “ofrenda de celos”, o que un hombre casado pueda tomar otras mujeres. Todas éstas son leyes civiles. Hay otras, sin embargo, que enseñan sobre el culto divino externo, como ya se ha dicho.

Por encima de las leyes anteriores, están las de la fe y del amor, de modo que éstas deben servir de pauta a todas las tiernas. Todas estas leyes tendrán vigencia mientras su cumplimiento no atente contra la fe y el amor. Si atentan contra la fe y el amor quedan sin efecto.

Por eso leemos que David no mató al asesino Joab, aunque éste había merecido dos veces  la muerte ir'; y en el segundo libro de Samuel promete a la mujer de Tecoa que su hijo no morirá aunque había estrangulado a su hermano; tampoco mató a Absalón ; él mismo, David, comió del pan sagrado de los sacerdotes, 1ª Samuel 21; Tamar piensa que el rey le puede dar como esposo a Amnón, su hermanastro.

 De ésta y de otras historias similares se advierte que los reyes, sacerdotes y superiores a menudo pusieron fuera de vigencia la ley cuando la fe y el amor así lo exigían. Por consiguiente, la fe y el amor deben ser la maestra de todas las leves y deben tenerlas a todas bajo su poder. Porque, siendo así que todas las leyes instan la fe y el amor, no debe valer ninguna ley, ni siquiera existir, si entra en contradicción con la fe o con el amor.

Por eso los judíos se equivocan grandemente hasta el día de hoy al insistir tan estricta y severamente en el cumplimiento de algunas leyes de Moisés, prefiriendo sacrificar el amor y la paz antes que comer o beber con nosotros o hacer cosas semejantes, no viendo la verdadera intención de la ley.

Porque esta comprensión es necesaria para todos aquellos que viven bajo la ley, no solamente para los judíos. Pues hasta el mismo Cristo dice, Mateo 12, que se puede quebrantar el sábado, si un buey ha caído en una zanja, y sacarlo, lo cual es solamente una necesidad y perjuicio temporal.

Cuánto más se ha de traspasar toda clase de leyes si lo exige una necesidad corporal, siempre que nada atente contra la fe y el amor. El mismo Cristo da el ejemplo cuando dice que David comió los panes sagrados, Marcos 2.


Pero, ¿por qué motivo expone Moisés las leyes en una forma tan desordenada? ¿Por qué no coloca las leyes que se refieren a lo secular, por un lado; las que se refieren a lo espiritual, por otro, y la fe y el amor también en un grupo aparte?

Además, repite a veces una ley tan a menudo y usa una palabra con tanta frecuencia que resulta tedioso leerlo o escucharlo.

Respuesta: Moisés escribe de acuerdo con las circunstancias, de manera que su libro es una imagen e ilustración del gobierno y de la vida. Pues así ocurre cuando estas leyes están en vigor, que una vez hay que hacer una obra y otra vez otra, y ningún hombre puede organizar su vida de tal modo que, si la quiere llevar de una manera agradable a Dios, practique por un día leyes puramente seculares y otro día leyes puramente espirituales.

 Dios es el que entremezcla todas las leyes, como las estrellas en el cielo o las flores en el campo, de manera que el hombre debe estar preparado en toda hora para iodo, y para hacer lo que el momento exija. Así también está entremezclado el contenido del libro de Moisés.

El hecho de que él inste y repita tan a menudo la misma cosa indica también el carácter de su oficio. Pues quien quiera gobernar a un pueblo con leyes debe insistir y porfiar constantemente, y andar a golpes con el pueblo como si fuesen asnos. Pues ninguna obra mandada por la ley se hace con placer y amor, todo se hace por obligación y compulsión.

 Precisamente porque Moisés es un legislador, debe indicar con su insistencia que una obra de la ley es una dura obligación y debe agobiar al pueblo, hasta que por tal insistencia reconozca su enfermedad y su aversión a la ley de Dios y desee la gracia de Dios, como sigue a continuación.

En tercer lugar, la principal intención de Moisés es revelar los pecados mediante la ley y desbaratar toda presunción de la capacidad humana; por eso San Pablo lo llama, en Gálatas 2, "un ministro de los pecados", y a su oficio un "oficio de muerte", 2ª Corintios 3. También dice en Romanos 3 y 7 que mediante la ley no viene sino el reconocimiento de los pecados; y en otra parte afirma, en Romanos 3: Por la obra de la ley nadie se hace justo ante Dios. Pues Moisés no puede hacer otra cosa con la ley sino indicar lo que hay que hacer y lo que hay que dejar de hacer. Pero no nos otorga el poder y la fuerza para hacerlo o dejar de hacerlo, dejándonos por consiguiente hundidos en el pecado.
Si,  pues,  permanecemos  hundidos  en  el  pecado,  la muerte nos acosa en seguida como venganza y castigo por el pecado. Por eso San Pablo  llama  al  pecado  "aguijón"  de  la  muerte,  ya que la muerte" ejerce todo su derecho y poder en nosotros mediante el pecado.

 Pero si no estuviese la ley, tampoco habría pecado. Por eso todo es consecuencia  del  oficio de Moisés,  que excita y reprende el pecado mediante la ley. Así, al pecado le sigue forzosamente la muerte; de este modo se explica que el oficio de Moisés sea llamado apropiadamente por San Pablo un oficio de pecado y muerte, ya que con su legislar, no nos acarrea otra cosa que pecado y muerte.
Sin embargo, este oficio que habla de muerte y pecado es bueno y muy necesario, porque donde no existe la ley de Dios, ahí la razón humana  es tan ciega que ni siquiera puede  reconocer  los   pecados.

 Pues ninguna razón humana  puede saber que la incredulidad  y el desesperar de Dios sea pecado; en efecto, desconoce que se debe creer y confiar en Dios; entonces sigue empedernida  en su ceguera y no siente nunca  más esos  pecados,  haciendo  entretanto  algunas buenas obras y siguiendo una vida de apariencia honorable.

Entonces piensa que ya está en la posición correcta sin que haga falta otra cosa, como se observa en los paganos y en los hipócritas cuando tratan  de vivir lo más  perfectamente  posible.  Asimismo,  también   desconoce  que  la mala inclinación de la carne y el odio contra los  enemigos es pecado; sino que, al observar y experimentar que todos los hombres tienen esta tendencia, considera que es una cosa natural y correcta, pensando que es suficiente si se evitan exteriormente las malas obras.

Así es como sigue considerando su enfermedad como fortaleza, su pecado como algo correcto, su maldad como algo bueno, no pudiendo llegar a más.

Para eliminar esta ceguera y pertinaz engreimiento se hace necesario el oficio de Moisés. Pero el caso es que no los puede eliminar, a menos que los ponga al descubierto y los dé a conocer. Esto se hace mediante la ley, enseñando que hay que temer, confiar, creer y amar a Dios; y además no abrigar malos deseos ni tener odio contra ninguna persona.

Cuando la naturaleza escucha tales cosas, tiene que espantarse; pues no evidencia ciertamente ni confianza, ni fe, ni temor, ni amor a Dios; asimismo, tampoco amor ni deseos puros hacia el prójimo, sino sólo incredulidad, duda, desprecio y odio a Dios y pura mala voluntad y malos deseos para con el prójimo.

 Cuando advierte tal cosa, entonces aparece súbitamente delante de sus ojos la muerte que quiere devorar a tal pecador y hundirlo en el infierno.

Eso es lo que significa acarrearnos la muerte mediante el pecado y matarnos mediante el pecado: eso es lo que significa excitar el pecado mediante la ley y colocarlo delante de nuestros ojos y convertir todo nuestro engreimiento en un fracaso, temblor y desesperación, de manera que el hombre no puede hacer otra cosa que exclamar con el profeta: "He sido desechado por Dios"  o como se dice en alemán: Soy del diablo, no podré salvarme jamás.

Esto significa ser llevado al infierno. Lo dice San Pablo en pocas palabras, 1ª Corintios 15: "El aguijón de la muerte es el pecado, pero el poder de los pecados es la ley". Es como si dijera: la muerte nos hiere y nos mata, por el pecado que hay en nosotros, pues éste nos hace culpables de muerte; pero es debido a la ley que el pecado se encuentre en nosotros y nos entregue decididamente a la muerte, pues ella nos revela el pecado y nos induce a reconocer lo que antes no conocíamos, por lo cual nos sentíamos seguros. ¡Y hay que ver con qué vehemencia desempeña y practica Moisés este su oficio!
 Porque, a fin cíe estigmatizar totalmente la naturaleza, no sólo promulga leyes —como los diez mandamientos— sino que también tilda de pecado lo que por naturaleza no es pecado, imponiendo y aplastando con multitud de pecados.

Pues la incredulidad y el deseo malo son por naturaleza pecado y dignos de muerte; pero comer pan ácimo en Pascua o animal impuro o hacerse incisiones en el cuerpo, y todo lo que el sacerdocio levítico designa como pecado, no es por naturaleza pecado y malo, sino que se vuelve pecado sólo por el hecho de que se prohíbe por la ley —ley que se puede rescindir. Pero los diez mandamientos no se pueden rescindir, pues habría pecado aun cuando no existiesen los mandamientos o no fueran reconocidos; así como también es pecado la incredulidad de los paganos aunque no lo sepan ni lo consideren pecado.

Vemos, pues, que éstas y tantas otras diversas leyes de Moisés no fueron promulgadas con el único objeto de que nadie se elija su propio modo de hacer el bien o vivir correctamente, como se dijo antes, sino para que la empecinada ceguera tuviera que reconocerse a sí misma y sentir su propia incapacidad y nulidad para hacer el bien, y de esa forma fuese obligada e impulsada mediante la ley a buscar algo más que la sola ley y la propia capacidad, es decir, la gracia de Dios prometida en el Cristo que habría de venir.

Pues toda ley de Dios es buena y correcta, aunque solamente ordene cargar estiércol o recoger paja. Pero, por eso, no puede ser piadoso ni de buen corazón quien no cumpla o cumpla a disgusto con esa buena ley. Consecuentemente todo hombre por naturaleza puede cumplir la ley sólo a disgusto. Por eso debe reconocer y sentir su propia maldad, por medio de la buena ley de Dios y suspirar y anhelar el auxilio de la gracia de Dios en Cristo.

Por eso, cuando viene Cristo, cesa la ley, especialmente la levítica, que convierte en pecado lo que por naturaleza no es pecado, como ya se ha dicho. También cesan los diez mandamientos, no en el sentido de que no se los deba guardar o cumplir, sino que el oficio de Moisés cesa en ellos, de modo que no realza más el poder del pecado mediante los diez mandamientos y el pecado ya no es el aguijón de la muerte.

Pues por Cristo el pecado ha sido perdonado y Dios ha sitio reconciliado, y el corazón ha comenzado a deleitarse en la ley. de manera que el oficio de Moisés ya no puede reprenderlo y declararlo pecaminoso, como si no hubiese guardado los mandamientos y fuese digno de muerte, tal como ocurría ames de la gracia y antes de que viniese Cristo. 

Esto lo enseña San Pablo, 2ª Corintios 3, cuando dice que se disipa el resplandor en el rostro de Moisés a causa del resplandor en el rostro de Jesucristo. Esto significa que el oficio de Moisés, que nos convierte en pecadores y nos avergüenza con el resplandor del reconocimiento de nuestra maldad y nulidad, ya no nos causa dolor ni tampoco nos espanta con la muerte, pues tenemos el resplandor en el rostro de Cristo, es decir, el oficio de la gracia, mediante el cual llegamos a reconocer  a Cristo, con cuya justicia, vida y fortaleza cumplimos la ley y vencemos la muerte y el infierno.
Así también los tres apóstoles vieron en el monte Tabor a Moisés y a Elías, y sin embargo no se espantaron ante ellos, por causa de la dulce gloria en el rostro de Cristo. Pero en Éxodo 34, por no estar presente Cristo, los hijos de Israel no podían soportar la gloria y el resplandor en el rostro de Moisés, por lo cual éste tuvo que cubrirlo con un velo.

Hay, pues, tres clases de discípulos de la ley:
Los primeros son los que escuchan y desprecian la ley, y llevan una vida perversa y sin temor. A éstos no les llega la ley. Están representados por los adoradores del becerro en el desierto, por causa de los cuales Moisés rompió las dos tablas y no les llevó la ley.

Los segundos son los que intentan cumplir la ley por sus propias fuerzas, sin la gracia; y están representados por los que no podían ver el rostro de Moisés cuando trajo las tablas por segunda vez. A éstos les llega la ley, pero no la pueden tolerar; por eso la cubren con un velo y llevan una vida hipócrita de obras legales externas; todo lo cual, sin embargo, la ley convierte en pecado si se quita ese velo, pues la ley nos muestra que nuestra capacidad es nula sin la gracia de Cristo.

Los terceros son los que ven claramente a Moisés sin velo. Son los que comprenden la intención de la ley, es decir, que ella exige cosas que no podemos cumplir.

En este caso el pecado muestra su poder; la muerte es poderosa; la lanza de Goliat es como rodillo de telar y la punta de su lanza consta de seiscientos siclos de hierro, de modo que todos los hijos de Israel huyen ante él, excepto David, es decir, Cristo nuestro Señor, que nos salva de todo esto.

Porque si a la gloria de Moisés no se sumara la gloria de Cristo, nadie podría soportar el resplandor de la ley y el espanto del pecado y de la muerte. Estos discípulos reniegan de toda su obra y soberbia y no aprenden en la ley otra cosa que reconocer los pecados y anhelar a Cristo, lo cual es también el verdadero oficio de Moisés y la verdadera naturaleza de la ley.

 Así también el propio Moisés ha indicado que su oficio y doctrina estarían en vigencia hasta el advenimiento de Cristo y que entonces cesarían, al decir en Deuteronomio 18: "El Señor tu Dios te levantará un profeta de entre tus hermanos, como a mí, al cual deberás escuchar", etc.

 Éste es el pasaje más noble y por cierto el núcleo de todos los libros de Moisés, al cual los apóstoles aluden con insistencia y citan muy a menudo para corroborar el evangelio y abolir la ley, del cual también los profetas se valieron frecuentemente.

Del hecho de que Dios promete otro Moisés, al cual deben escuchar, se sigue necesariamente que éste enseñará algo distinto que Moisés; y que Moisés le entrega su poder y se retira, para que se escuche a aquél.

Por consiguiente, este profeta no puede enseñar la ley, ya que Moisés lo ha realizado al máximo, por lo que no es necesario levantar a otro profeta a causa de la ley. Por lo tanto, el pasaje se refiere de seguro a la doctrina de la gracia y a Cristo.

Por esa razón San Pablo llama a la ley de Moisés "el antiguo pacto"; y también Cristo al instituir el "nuevo pacto". Y es un pacto, porque en él, si lo guardan, Dios promete y asigna al pueblo de Israel la tierra de Canaán. En efecto se la concedió, siendo confirmado por la sangre y la muerte de un carnero y de un cabrito. Pero, por no estar basado ese pacto en la gracia de Dios, sino en obras humanas, tenía que envejecer y cesar, perdiéndose de nuevo la tierra, precisamente porque por medio de obras no se puede cumplir la ley.

Y debía surgir otro pacto que no envejeciera, y que tampoco se basara en nuestra acción, sino en la palabra y obras de Dios, para que perdurara eternamente. Por eso, es confirmado por la muerte y la sangre de una persona eterna, y se promete y otorga una tierra eterna.

Hechas estas observaciones en cuanto a los libros y el oficio de Moisés, preguntamos: ¿Qué son, pues, los otros libros de los profetas y los históricos?

Respuesta: No son otra cosa que lo que es Moisés. Pues todos desempeñan el mismo oficio que Moisés, y resistiendo a los falsos profetas; para que no induzcan al pueblo a las obras, sino que persistan en el verdadero oficio de Moisés v en el verdadero conocimiento de la ley.  E insisten en conservar a la gente, mediante la correcta comprensión de la ley, conscientes de su impotencia propia, impulsándola hacia Cristo, como hace Moisés.

Por eso se explayan en cuanto a lo que Moisés dijo de Cristo, y aducen dos clases de ejemplos: los que entienden correctamente a Moisés y los que no lo entienden, y el castigo y la recompensa para ambos. Por consiguiente, los profetas no son otra cosa que administradores y testigos de Moisés; y de su oficio, para que mediante la ley dirijan a todos hacia Cristo.

Por último, correspondería también señalar el significado espiritual que se nos presenta por la ley levítica y el sacerdocio de Moisés. Pero habría que escribir mucho, lo cual exigiría espacio y tiempo, y debiera explicarse de viva voz. Pues ciertamente Moisés es una fuente de toda sabiduría y entendimiento, de la cual ha brotado todo lo que los profetas supieron y dijeron.

A ello se añade también que el Nuevo Testamento fluye de Moisés y está basado en él, como hemos oído. Pero para dar una pequeña y breve sugestión a los que poseen la gracia y el entendimiento para investigar más, ofrezco lo siguiente:

Si quieres interpretar bien y con certeza, pon tu mirada en Cristo, pues él es el hombre en el cual se concentra absolutamente todo. Por eso, al sumo sacerdote Aarón lo has de identificar con Cristo, como lo hace la Epístola a los Hebreos, la cual casi por sí sola basta para interpretar todas las tipificaciones de Moisés.

Asimismo es cierto que Cristo mismo es la víctima y también el altar, el cual se ha sacrificado a sí mismo con su propia sangre, como lo anuncia la misma epístola. Así como el sumo sacerdote levítico borraba con ese sacrificio solamente los pecados declarados como tales por la ley, sin serlo por naturaleza, así nuestro sumo sacerdote Cristo borró el pecado verdadero que por naturaleza es pecado con su propio sacrificio y sangre, y entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo para reconciliarnos. 

Por consiguiente,  todo lo que se ha escrito del sumo sacerdote hay que aplicarlo a Cristo personalmente y a ningún otro.
Pero a los hijos del sumo sacerdote, que se dedican al sacrificio diario, tienes que tomarlos como referencia a nosotros los cristianos, los cuales, ante nuestro padre Cristo, que está sentado en el cielo, vivimos en el cuerpo aquí en la tierra, no habiendo llegado en forma plena a su presencia, sino espiritualmente por la fe.

 El oficio de los sacerdotes de matar y sacrificar no significa otra cosa sino predicar el evangelio, mediante el cual el viejo hombre es degollado y sacrificado a Dios, es quemado y consumido mediante el fuego del amor en el Espíritu Santo, lo cual es un sacrificio de suave olor para Dios, es decir, produce una conciencia buena, pura y segura ante Dios. Ésta es la interpretación de San Pablo en Romanos 12, cuando enseña que debemos sacrificar nuestros cuerpos a Dios, un sacrificio vivo, santo, agradable: y esto es lo que hacemos, como se ha dicho, mediante la constante práctica del evangelio, insto al predicar como a creer.

 Lo dicho sea suficiente como instrucción para buscar a Cristo y el evangelio en el Antiguo Testamento.

El lector de esta Biblia debe saber también que me he preocupado por escribir el nombre de Dios que los judíos llaman tetragramaton con mayúsculas, es decir, SEÑOR: y el otro, que designan con Adonai, con mitad en mayúsculas, es decir Señor. Porque entre todos los nombres de Dios son estos dos los que se aplican sólo a Dios, al verdadero Dios: los otros se atribuyen a menudo también a los ángeles y santos.

Lo he hecho así para que se pueda deducir inequívocamente que Cristo es verdadero Dios, ya que Jeremías 23 lo llama SEÑOR, al decir: "Lo llamarán SEÑOR, nuestro justificador"; lo mismo se puede encontrar en otros pasajes.

Con esto encomiendo a todos mis lectores a Cristo, y les pido que me ayuden a obtener de Dios el poder llevar esta obra a un fin provechoso; pues reconozco abiertamente que he emprendido demasiado, en especial al traducir el Antiguo Testamento.

Pues lamentablemente la lengua hebrea ha decaído tanto que ni los propios judíos saben mucho de ella, y sus explicaciones e interpretaciones —que he revisado— no son dignas de confianza. Considero que si ha de aparecer la Biblia, somos los cristianos quienes debemos hacerlo, por tener la comprensión de Cristo, sin la cual de nada sirve tampoco el conocimiento de la lengua.

Por esta carencia muchos de los antiguos traductores —incluso Jerónimo— se equivocaron en muchos pasajes. Yo, sin embargo, si bien no puedo jactarme de haber acertado en todo, no obstante puedo decir que esta Biblia alemana es en muchas partes más clara y exacta que la latina, de modo que es verdad que la lengua alemana cuenta así con una mejor Biblia que la lengua latina, siempre que los impresores, con su acostumbrado descuido, no la arruinen. Me remito al juicio de los lectores.

Ahora bien, también se pegará el lodo a la rueda y no habrá nadie, por torpe que sea, que no quiera ser mi maestro y censurarme aquí y allá. Dejémosle que lo haga. Desde el comienzo sabía muy bien que me sería más fácil encontrar a diez mil que censuren mi trabajo antes que a uno solo que hiciera la vigésima parte de lo que he hecho. Yo también podría ser muy docto y demostrar admirablemente mis conocimientos, criticando la Biblia latina de San Jerónimo.

Pero también él seguramente me desafiaría a que yo haga lo mismo que él. Si hay alguien que tenga tanto o más conocimiento que yo, que emprenda la tarea de traducir la Biblia entera y que me diga después de lo que es capaz. Si lo puede hacer mejor, ¿por qué no preferirlo a él? Yo también creí ser docto; y también sé que por la gracia de Dios soy más docto que los sofistas de las universidades.

Pero ahora veo que ni aun conozco mi alemán vernáculo. No he leído hasta ahora ningún libro o carta que contenga un alemán correcto. Nadie tampoco se esfuerza en hablar correctamente el alemán, especialmente las cancillerías de los señores, los predicadores mendicantes y los poetastros que piensan que tienen el poder de cambiar el idioma alemán y nos inventan iodos los días nuevas palabras: beherzigen, behändigen, erspriesslich, erschiesslich, y otras semejantes.

Sí, estimado amigo, es además wohl betoret und ernarret.
En suma, aunque todos trabajásemos en conjunto, tendríamos suficiente todos para traer a la luz la Biblia; el uno con el entendimiento, el otro con el idioma. Yo mismo no he trabajado solo en esta obra, sino que he utilizado los servicios de quien podía. Por eso solicito que se deje de hablar mal y de confundir a la" pobre gente y que se me ayude donde se pueda.

Si alguien no quiete hacer esto, entonces ocúpese en hacer su propia traducción de la Biblia. Pues los que solamente hablan mal y critican no son tan piadosos y honestos como para querer tener una Biblia libre de errores, ya que saben que no son capaces de producirla: sino que quieren ser maestros sabiondos en una arte de otros, en circunstancias que, en su propia arte, todavía no han llegado a ser discípulos. Dios quiera llevar a término la obra que ha comenzado. Amén.

miércoles, 13 de julio de 2011

Análisis del Libro de Romanos

Autor: El apóstol Pablo.
Destinatarios: Los cristianos romanos. (1:7).
Textos Claves: 1:16
"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree, del judío primeramente y también del griego,"

"Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo," 5:1

Tema Principal:
El plan de Salvación: La justificación por fe y la santificación a través del Espíritu Santo.
Exhortación acerca de los deberes del cristiano.

ROMA: Los más antiguos datos históricos que hoy se poseen sobre los orígenes de la ciudad de Roma se remontan al s. VIII a.C. Por entonces comenzaron a poblarse las siete colinas vecinas al río Tíber sobre las que, en un futuro aún lejano, habría de alzarse la capital del mundo conocido.


Aquellos primitivos asentamientos humanos crecieron poco a poco. Se unieron entre sí, establecieron principios de convivencia y sentaron las bases que un día conducirían a la instauración de un sistema de gobierno colectivo, conforme al modelo de república que caracterizó a Roma entre los S. VI y II a.C.

En la época de Jesús, la república de Roma se había transformado en imperio. Y fue en pleno corazón de aquel imperio romano, en parte admirable, y en parte lleno de conflictos y moralmente degradado, donde surgió la iglesia a la que el apóstol Pablo escribió esta epístola, sin duda la más importante de las suyas desde el punto de vista teológico.

A medida que se afirmaba la unidad del estado crecía su capacidad económica y militar, de donde se derivó también un fuerte anhelo de posesión territorial que empujó a Roma a la conquista de países y al sometimiento de gentes de muy diversas nacionalidades y lenguas. Con el paso de los años, se hizo dueña de toda la cuenca del Mar Mediterráneo y sus territorios circundantes, y aun mucho más allá. 


Propósito: La Epístola de Pablo a los Romanos (=Ro) ha enriquecido el testimonio de generaciones de creyentes a lo largo de la historia. La profundidad de pensamiento del autor pone de relieve su confiada entrega a la gracia de Dios, y manifiesta su vocación y el fervor que lo anima; un fervor evangelizador que ha inspirado acontecimientos decisivos para la historia y la cultura de la humanidad.

Cuando el apóstol redactó esta epístola, la más extensa de todas las suyas, aún no se le había presentado la ocasión de visitar a los creyentes residentes en Roma (1.10–15). Sin embargo, la larga lista de saludos del capítulo 16 parece probar que ya por entonces contaba con no pocas relaciones y afectos entre aquel grupo de hombres y mujeres que, en pleno corazón del imperio, habían sido «llamados a ser de Jesucristo» (1.6, 7). No obstante, es ese conocimiento que el apóstol demuestra tener de muchos creyentes de una iglesia a la que nunca había visitado, lo que ha motivado que algunos estudiosos piensen que el capítulo 16 no formó parte originalmente de esta carta. Opinan que pudo pertenecer a otra, posiblemente una dirigida a Éfeso, donde Pablo sí había estado en más de una ocasión y, una vez a lo menos, durante un largo espacio de tiempo (véase Introducción a Efesios).



Pablo se había propuesto muchas veces viajar a Roma (1.9–10,13, 15; 15.22–23), para anunciar allí el evangelio (1.15) y comunicar a los hermanos «algún don espiritual», para ser «mutuamente confortados por la fe» en Cristo (1.11–12). Pero es ahora, al considerar a España como campo de su inmediata labor misionera, cuando ve llegar también la oportunidad de realizar la anhelada visita (15.24, 28).

En esas circunstancias, el apóstol pareció entender que su presencia en Roma contribuiría a superar algunas tensiones que se estaban presentando en la iglesia. Pasajes como 11.11–25 y 14.1–15.6 revelan que sobre la comunión fraternal se cernía un serio peligro de división, a causa de rivalidades surgidas entre creyentes de distinta procedencia: los unos del judaísmo y los otros del paganismo (cf. a este respecto Hch 6.1; Gl 1.7; 2.4).

Fecha y lugar de redacción: Esta epístola fue escrita probablemente alrededor del año 55, durante una permanencia de Pablo en la ciudad de Corinto. Tanto por su contenido como por sus características literarias, se aproxima a la epístola enviada a las iglesias de Galacia. Las dos pertenecen a la misma época y revelan similares intereses doctrinales. Lo que no se sabe es cuál de ellas fue redactada primero. Por eso, algunos ven en Romanos una exposición ampliada, muy meditada y serena, de la breve epístola a los gálatas, mientras que otros piensan que Gálatas es una especie de síntesis polémica y vehemente de la carta a los romanos.

Como quiera que sea, ambos escritos deben considerarse desde una perspectiva común, puesto que en definitiva se trata de la transmisión de un mismo mensaje que incluye idénticos conceptos fundamentales: el dominio del pecado sobre todos los seres humanos (Ro 1.18–2.11; 3.9–19, cf. Gl 3.10–11; 5.16–21), la incapacidad de la Ley de Moisés para salvar al pecador (Ro 2.12–29; 3.19–20; 7.1–25, cf. Gl 2.15–16; 3.11–13,21–26), la gracia de Dios revelada en Cristo (Ro 1.16–17; 3.21–26, cf. Gl 2.20–21; 4.4–7), la justificación por la fe (Ro 3.26, 30; 4.1–5.11, cf. Gl 2.16; 3.11,22–26; 5.1–6) y los frutos del Espíritu (Ro 8.1–30, cf. Gl 5.22–26).

Contenido y estructura: En cuanto a la estructura literaria, Romanos se divide en dos partes principales: la primera es propiamente doctrinal (1.16–11.36); la segunda, de exhortación (12.1–15.13). Contiene además una introducción rica en conceptos teológicos (1.1–15) y una conclusión que completa el texto aportando gran número de notas de carácter personal (15.14–16.27).

Los temas tratados en Romanos son teológicamente densos, pero Pablo los expone de un modo ameno, y hace fácil su lectura introduciendo variados recursos estilísticos: diálogos, preguntas y respuestas, citas del AT, ejemplos y alegorías. La sección doctrinal es la más extensa. Pablo reflexiona acerca del ser humano, dominado por el pecado e incapaz de salvarse por su propio esfuerzo. Afirma, como el salmista (cf. Sal 14.1–3; 53.1–3), que todos, tanto judíos como gentiles, «pecaron y están destituidos de la gloria de Dios» (3.23); que solo Dios puede salvar a los pecadores, y que lo hace por pura gracia, «mediante la redención que es en Cristo Jesús» (3.24).

El tema de la fe y su importancia para la reconciliación del pecador con Dios se extiende de 3.21 a 4.25. En un lenguaje jurídico magistralmente utilizado, el apóstol introduce términos como "ley", "mandamiento", "transgresión", "justificación", "gracia" y "adopción". Pero los presenta bajo la nueva luz de la libertad y la paz ofrecidas en Cristo al pecador que se arrepiente, con quien Dios ha querido establecer una definitiva relación de amor y de vida (5.1–8.39).

Los capítulos 9 al 11 constituyen una unidad temática que se destaca del resto de la epístola. Aquí Pablo nos descubre su íntima preocupación porque Israel no ha llegado a comprender que «el fin de la Ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree» (10.4). Sin embargo, el apóstol está persuadido de que Dios no abandonará nunca a su pueblo escogido (11.1–2), por cuanto «irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios» (11.29). Israel será restaurado (11.25–28), porque Dios tendrá misericordia de él como también la ha tenido de los gentiles (11.11–24,30–32).

La segunda parte de Romanos comienza en 12.1. Es una exhortación a vivir según la ley del amor, una apelación a la fe y a la conciencia cristiana. Todo creyente es llamado a poner en práctica esa ley, sea en el seno de una congregación de fieles (12.3–21; 14.1–15.13), sea en las relaciones con la sociedad civil (13.7–9) o con las autoridades y altas magistraturas del estado (13.1–7).

La fe debe manifestarse en la autenticidad del amor. Por lo tanto, la fe se opone a cualquier actitud de soberbia personal o colectiva. La jactancia y el menosprecio al prójimo no se corresponden con la solidaridad, que resulta del amor y le rinde testimonio (12.1–15.13).

A partir de 15.14 y hasta 16.27 se desarrolla el epílogo de la epístola. Es una extensa y cautivadora relación de observaciones personales, recomendaciones y saludos dirigidos a una serie de fieles, de muchos de los cuales se hace constar las virtudes que los adornan. Pablo une a los suyos los saludos de algunos de sus colaboradores, como Timoteo y como Tercio, que escribió la epístola, y también de algunos parientes, como Lucio, Jasón y Sosípater (v. 21–22). Pero el capítulo 16 no solo registra saludos y recomendaciones, sino que dedica hasta sus últimas palabras a animar a sus lectores y a afirmar la victoria reservada para cuantos confían en el poder de Dios («Y el Dios de paz aplastará muy pronto a Satanás bajo vuestros pies», v. 20).

Finalmente, una espléndida doxología cierra la epístola como con broche de oro (16.25–27).

Esquema del contenido:


Prólogo (1.1–15)
1. Parte doctrinal: Salvación por la fe (1.16–11.36)
2. Parte exhortatoria: Conducta cristiana (12.1–15.13)
Epílogo (15.14–16.27)

El Arte De La Hermeneutica











































martes, 12 de julio de 2011

Introducción al libro de Corintio

Autor: El apóstol Pablo.
Marco Histórico: La iglesia de Corinto fue fundada por Pablo en su segundo viaje misionero. Esta se había contaminado con los males que le rodeaban en una ciudad licenciosa.
Los griegos estaban orgullosos de sus conocimientos y de su filosofía, pero al mismo tiempo eran muy inmorales. Eran especialmente amantes de la oratoria.
Es evidente que Apolos, un judío cristiano elocuente que había venido a Corinto, se había ganado la admiración de los cristianos griegos. Este hecho llevó a hacer comparaciones entre él, con su elocuencia y persuasión, y otros líderes religiosos - Especialmente en el descrédito de Pablo, cuya apariencia física parece no haber sido impresionante (véase 2 Co 10:10). Esto probablemente es la clave de las divisiones en la iglesia, 1 Co 1:11-13. El deseo de Pablo era el de purificar la iglesia de facciones espirituales e inmoralidad, lo cual fue la causa primordial de la carta.

Corinto
La península del Peloponeso, en el sur de Grecia, es un territorio montañoso unido al resto del país por un istmo corto y angosto. En la época del NT estaba sometida a la administración romana, como parte de la provincia de Acaya, cuya capital, Corinto, se hallaba situada a pocos kilómetros al sudoeste del istmo.
A lo largo de su existencia, Corinto conoció el esplendor y la miseria. En el 146 a.C. estuvo a punto de desaparecer, arrasada por los romanos; pero un siglo después, en el año 44 a.C., la propia Roma dispuso que la ciudad fuera reconstruida y habilitada en ella la residencia del gobernador de la provincia. De este último dato quedó constancia en Hch 18.12–18, donde se dice que el procónsul Lucio Junio Galión gobernaba Acaya cuando Pablo llegó allí en su segundo viaje misionero.
Corinto tenía una doble salida al mar: al Adriático por el puerto de Lequeo, y al Egeo por el de Cencrea (cf. Hch 18.18 y Ro 16.1). Esa privilegiada situación geográfica reportaba no pocos beneficios a la ciudad, pues ambos puertos eran muy frecuentados por los barcos que hacían las rutas comerciales de los dos mares.
La población corintia, estimada en aquel entonces en unas 600.000 personas, incluía mercaderes, marineros, soldados romanos retirados y una elevadísima proporción de esclavos (alrededor de 400.000). Corinto era, además, un centro de incesante afluencia de peregrinos, que desde lejanos lugares acudían a rendir adoración a las diversas divinidades que en ella tenían un santuario.

La ciudad, famosa por su riqueza y cultura, lo era también por la relajación moral de sus habitantes y el libertinaje que dominaba las costumbres de la sociedad. Es posible que muchas de las críticas que se le hacían fueran exageradas, pero ciertamente la mala reputación de Corinto, fomentada por causas tan conocidas como la prostitución sagrada en el templo de Afrodita, era proverbial en toda la cuenca del Mediterráneo.



La iglesia corintia
En aquel ambiente, la existencia de una pequeña comunidad cristiana, compuesta en su mayor parte por personas sencillas, de origen gentil (1.26; 12.2) y reciente conversión, se veía sometida a fuertes tensiones espirituales y morales.
El anuncio del evangelio había sido bien acogido desde el principio, cuando Pablo, probablemente a comienzos de la década de los 50, llegó a Corinto procedente de Atenas. Durante «un año y seis meses» (Hch 18.11) permaneció entonces en la ciudad, entregado a la proclamación de la fe en Jesucristo (Hch 18.1–18).
Las primeras actuaciones del apóstol, según su costumbre, se encaminaron a entrar en relación con los judíos residentes (Hch 18.2, 4, 6, 8); pero la oposición de muchos de ellos lo llevó muy pronto a dedicar los mayores esfuerzos a la población gentil (Hch 18.6).
Durante el tiempo relativamente largo que Pablo pasó entonces en la capital de Acaya, parece que su labor consistió sobre todo en poner los cimientos para que otros después de él, como Apolos (1.12), pudieran seguir anunciando el evangelio en la región del Peloponeso (3.6–15).

Fecha y lugar de redacción
La Primera epístola a los Corintios (=1 Co) fue escrita en Éfeso, donde, según Hch 20.31, Pablo vivió tres años, probablemente entre el 54 y el 57. Mientras estaba allí, los creyentes de la congregación le hicieron llegar, posiblemente por conducto de Estéfanas, Fortunato y Acaico (cf. 16.17), algunas consultas, a las que respondió con la presente carta (cf. los pasajes que comienzan en 7.1, 25; 8.1, y también 10.23; 11.2; 12.1; 15.1).

Propósito
Más o menos por las mismas fechas, «los de Cloé» informaron al apóstol (1.11) de la difícil situación que estaban atravesando los creyentes corintios. Arrastrados por la fanática adhesión personal de unos a Pablo y de otros a Pedro o a Apolos (1.12; 3.4), entre todos habían puesto en grave peligro la unidad de la iglesia.
Además, los antecedentes paganos de la mayoría de aquellos hermanos seguían pesando en la conducta de algunos, y la general corrupción característica de la ciudad dejaba sentir su influencia en la congregación, de manera que incluso en su seno se daban casos de inmoralidad que exigían ser inmediatamente corregidos.

Contenido y estructura
Pablo comienza esta carta abordando el problema de las divisiones internas, amenaza que se cernía sobre la comunidad cristiana como un signo de incomprensión y olvido de determinadas afirmaciones básicas de la fe: que la iglesia es convocada a unidad de pensamiento y parecer (1.10–17; cf. Jn 17.21–23; Ef 4.1–5; Flp 2.1–11); que la única verdadera sabiduría es la que «Dios predestinó... para nuestra gloria» (1.18–3.4), y que solo Cristo es el fundamento de nuestra salvación (3.5–4.5; cf.1 Ti 2.5–6).

En seguida, trata de orientar a sus lectores respecto a otros males que ya estaban presentes en la iglesia, pero cuyo progreso había que impedir sin pérdida de tiempo: una situación incestuosa consentida por la congregación (5.1–13), pleitos surgidos entre los creyentes y promovidos ante jueces paganos (6.1–11), comportamientos sexuales condenables (6.12–20) y actitudes indignas entre los participantes en el culto, especialmente en la Cena del Señor (11.17–22, 27–34).

Junto a todas estas instrucciones, la carta contiene las respuestas del apóstol a las preguntas de los corintios relacionadas con el matrimonio cristiano y el celibato (7.1–40), con el consumo de alimentos que antes de su venta pública habían sido consagrados a los ídolos (8.1–13; 10.25–31) o con la diversidad y ejercicio de los dones otorgados por el Espíritu Santo (12.1–14.40).

Otros textos, relacionados con cuestiones doctrinales y de testimonio cristiano, incluyen amonestaciones en contra de la idolatría (10.1–11.1) y consideraciones sobre el atavío de las mujeres en el culto (11.2–16) y sobre la institución de la Cena del Señor (11.23–26). Notables por su belleza y su profundidad de pensamiento son el poema de exaltación del amor al prójimo (12.31b—13.13) y la extensa declaración acerca de la resurrección de los muertos (15.1–58).

El cuerpo central de 1 Corintios, prologado por un saludo y una presentación temática de carácter general (1.1–9), concluye con un epílogo que contiene breves indicaciones acerca de la ofrenda para la iglesia de Jerusalén, más las acostumbradas salutaciones y notas personales (16.1–24).

Esquema del contenido:
Prólogo (1.1–9)
1. Divisiones en la iglesia (1.10–4.21)
2. Pablo corrige a la iglesia (5.1–6.20)
3. Sobre el matrimonio (7.1–40)
4. La libertad cristiana (8.1–11.1)
5. La vida de la iglesia (11.2–34)
6. Los dones del Espíritu Santo (12.1–14.40)
7. La resurrección de los muertos (15.1–58)
Epílogo (16.1–24)

jueves, 7 de julio de 2011

GENESIS y EL BIG BANG

La presente es la transcripción de la conferencia "Génesis y el Big Bang" dictada por el Rabino Iosef Bittón el día 4 de Agosto en el auditorio del instituto ORT, en ocasión de celebrarse en Montevideo las Segundas Jornadas Latinoamericanas  de Ciencia y Judaísmo.
 
El tema
Vamos a hablar de una cuestión que tiene que ver con la parte teórica, filosófica y teológica del tema Ciencia y Judaísmo: vamos a hablar de Génesis y el Big Bang.
La Torá anuncia en sus primeras palabras “Bereshit Bara Elo-him”  “En el principio Dios creó los cielos y la tierra”. ¿El Big Bang dice algo parecido o expresa algo totalmente diferente?  ¿El Big Bang es una teoría que contradice la afirmación bíblica o reafirma la declaración bíblica? Juzgue usted:

 Historia de los Principios
Vamos a comenzar.  Como se dijo, la Torá afirma que en el principio Dios creó los cielos y la tierra.  No vamos a hablar desde la fe.  En realidad, en el judaísmo no existe el conocimiento "por la fe".  Vamos a enfocar este tema de la forma más científica posible: con evidencias, datos, hipótesis.
En primer lugar, tenemos que ubicarnos en lo que fue la antigua concepción humana del Universo, del cosmos.  La afirmación de la Torá, Bereshit, en el principio existió una creación divina, no fue nunca muy bien vista por la ciencia.  De hecho fue rechazada por los científicos de la antigüedad. 
Uno de los más grandes sabios que conoció la humanidad, cuyo pensamiento y ciencia rigieron el conocimiento científico del hombre durante siglos, fue Aristóteles.  Y Aristóteles describió un Mundo estable, finito, y eterno. Porque él, como nosotros, salía afuera y miraba el cielo y las estrellas y veía que los astros se desplazaban en órbitas aburridas, mecánicas y matemáticamente previsibles.  Entonces este Mundo, decía Aristóteles, siempre existió así como lo vemos ahora. No tuvo ningún "principio" y  siempre seguirá siendo el mismo y por lo tanto "no hubo nadie que lo creara".  Incluso desde el punto de vista filosófico el dios -con minúsculas- de Aristóteles era un dios privado de voluntad.  Para Aristóteles el hecho de que existiera una creación reflejaría una modificación en Dios, y su dios era estable y por la misma proyección del universo, eterno, e inmutable. A Dios, según el pensamiento  aristotélico, no se le podría ocurrir de pronto  querer un universo.  Por lo tanto, ya sea desde el punto de vista físico y astronómico, como desde lo filosófico, Aristóteles y toda la ciencia desde él hasta nuestros días, sostuvieron que "Bereshit" no existió. El mundo era eterno.
 
La Edad Media registra innumerables discusiones de sabios judíos frente a sabios aristotélicos.  Los sabios aristotélicos demostraban “científicamente” que el mundo era eterno, y los sabios judíos, siempre a la defensiva, declaraban un tímido Bereshit, que entonces, era casi una proclamación de fe.
 
Quizás el paradigma de esta defensa lo representó el famoso Rabí Moshé Ben Maimón,  a quien se le conoce como Rambam o Maimónides. Ese ilustre sabio, médico, filósofo y astrónomo, que tuvo el pueblo judío, es sin duda el modelo de inspiración de estas jornadas.  El fue quien discutió con los sabios aristotélicos manteniendo que el mundo había tenido un principio.  Y lo notable es que hasta bien entrado el siglo XX todavía la ciencia seguía afirmando que el mundo era finito y eterno, que no existió un "Bereshit".
El descubrimiento de Andrómeda
¿Cuándo es que se descubre que el mundo tuvo un principio, que hubo un Bereshit, que el mundo no era eterno?  Hubo varios sabios y astrónomos, que con  telescopios cada vez más potentes empezaron a ver diferentes puntos de nuestra galaxia. Desde Galileo y Copérnico. Y por supuesto a partir de nuestro siglo XX, comenzaron a observar otras galaxias y vieron que éstas no se  desplazaban en órbitas, como hubiéramos esperado. Es decir, mientras que todos los astros y los cuerpos celestes de nuestra galaxia aparentemente sí se desplazaban de forma orbital, las galaxias no hacían lo mismo.  Vesto Slipher fue el primero que lo percibió, pero el científico que lo pudo verificar fue Edwin Hubble. (Hoy tenemos grandes y poderosos telescopios en su nombre).  Año 1925 más o menos, Hubble descubre una galaxia llamada Andrómeda. A través de una sofisticada medición  de la luz denominada "efecto doppler", (es una forma de medir la luz que va llegando de las galaxias más lejanas) él calculó que esa galaxia se estaba "alejando" de un punto de referencia establecido, a una velocidad astronómica.  E incluso descubre otra galaxia que está más lejos que Andrómeda, y que se aleja más rápido que Andrómeda, lo cual empieza a demostrar una imagen del universo hasta ahora desconocida.  Si pasamos la película para atrás, lo podremos entender...  La galaxia Andrómeda, a una velocidad 10 digamos, está en el punto A.  La otra galaxia a una velocidad 12, está en un punto B, más alejado, o sea que cuanto más rápida es la velocidad de la galaxia, más alejada está.  Por lo tanto si volvemos hacia atrás la película de todas las galaxias que se van alejando, llegaríamos a un punto en el cual todas las galaxias vuelven a un centro original, un punto. Y de aquí, un poco después, en el año 1946, el famoso científico George Gamow, elabora la teoría del Big Bang. Es decir, de que en realidad en un principio todo era una impresionantemente poderosa súper-bola de fuego, decía Gamow, de energía, que al explotar dio origen a todas las galaxias, las mismas que hasta hoy se siguen desplazando por efecto de esa primigenia explosión. 

Demasiado parecido a la Biblia...
A esta teoría, en sus principios, se opuso nada más y nada menos que el Profesor  Albert Einstein. Y fíjense cuáles fueron los argumentos de él para oponerse.  El decía que esa teoría era muy sospechosa y que el "no quería caer en manos de sacerdotes".  ¿Por qué?  Porque Einstein entendió que demostrar que el universo tuvo un principio, era acercarse demasiado a una teología.
Si hubo un inicio, entonces alguien tuvo que iniciarlo. Ya que hay leyes físicas de conservación de masa y energía que no "permiten" que algo de pronto aparezca así, espontáneamente y de la nada.  
Previendo esto, Einstein y todo un grupo de científicos con una orientación secular se negaron a aceptar esta teoría.  Incluso el mismo Einstein inventó la hipótesis de "la constante cosmológica" para explicar el fenómeno  descubierto por Hubble -que después consideró como uno de los más grandes errores de su carrera profesional. 
Pero la teoría del Big Bang  (a propósito, el nombre Big Bang lo puso un científico que no apoyaba esta teoría, llamado Fred Hoyle.  Este científico(Astrofísico inglés, 1915 – 2001) se burlaba de esta hipótesis y la bautizo "Big Bang" con un tono despectivo y burlón...) tenía que ser demostrada científicamente, no sólo por esa película hacia atrás, que podemos deducir, sino que se esperaba que esa explosión hubiera dejado como un "residuo" de su "onda expansiva", como cuando tiramos una piedrita en el agua... que teórica y matemáticamente, esas ondas se expanden ad eternum, nunca se acaban.  Entonces, esta teoría previa que debería existir un tipo de ondas llamadas Kelvin, en una frecuencia de más o menos 3,5 grados.

En 1964, dos investigadores que trabajaban para la compañía Bell Telephone de Estados Unidos, Wilson y Penzias, haciendo experimentos con antenas para las instalaciones telefónicas  descubren esta radiación.  Descubren la radiación de Kelvin 3,5... ¡Una radiación constante y permanente en todo el Universo! Si ustedes la quieren ver, si quieren percibir ese eco del Big Bang, lo pueden ver en sus Televisores. Cuando no sintonizan ningún canal,  ese ruido y esa lluvia en la pantalla, es nada más y nada menos, queridos amigos, que el eco original del Big Bang. Años después, hace relativamente poco, el satélite "Kobe" también registra la misma onda expansiva universal. Otro dato que también tenía que ser confirmado era la cantidad de nitrógeno y helio existente en el Universo, y también coincidió con lo que se calculaba desde la teoría del Big Bang. La cuestión es que a partir de estas dos confirmaciones ya ningún científico serio se atrevió a cuestionar el Big Bang. La teoría fue absolutamente aceptada.  Esto lo sabe todo el mundo...

El fin de la gran conspiración
Mi gran pregunta es si ustedes sabían que la teoría del Big Bang era toda una confirmación del Bereshit, y la rotunda negación de aquello que la ciencia estuvo sosteniendo durante siglos. ¿Eran Ustedes consientes que el Big Bang representaba  la ratificación, por parte de la ciencia de que existió  un principio, un Bereshit?
De que  recién en este siglo se afirma lo que la Torá ya había afirmado hace tanto tiempo...
El mundo no es eterno, el mundo tuvo un principio.  La ciencia lo llama Big Bang, nosotros lo llamamos Bereshit...
De la misma manera, lo que la ciencia denomina "radiación Kelvin 3,5" nosotros lo llamamos el eco de la creación divina... 

En las últimas décadas, varios científicos honestos de vanguardia, que no encuentran otra posible explicación de cómo de pronto surge  algo de la nada y habiendo abandonado el modelo del universo estático, empiezan a hablar con un término que no tiene casi nada que ver con lo científico. Comienzan a mencionar el concepto "Creación". 
 
El Profesor Natan Aviezer, de la Universidad de Bar Ilan, escribe en su libro  llamado Bereshit Bará (En el principio  creó...) El autor escribe acerca de las coincidencias entre el relato bíblico de la creación y la descripción científica de la Cosmogonía, (el nacimiento del Cosmos).  Está en castellano. Ha sido traducido hace muy poco tiempo.   Les voy a leer las citas que trae respecto a los científicos modernos que hablan de Creación.   Aviezer dice así, citando a prestigiosos científicos: “La creación del universo ha llegado a ser un hecho científicamente aceptado. El desarrollo de la radioastronomía en los últimos años ha aumentado considerablemente nuestro conocimiento de partes distantes del universo.  Como resultado el origen violento y espontáneo del universo ha sido aceptado en forma general.  Parece ser acertado que hubo un tiempo definitivo de la creación”.