miércoles, 6 de julio de 2011

Antiguao Testamento por Martin Lutero


ANTIGUO TESTAMENTO
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Has de saber, que este libro es un código que enseña lo que se debe hacer y dejar de hacer, adosando ejemplos e historias que muestran cómo se observan o trasgreden  tales leyes, así como el Nuevo Testamento es un evangelio o libro de gracia que enseña a dónde debemos acudir para que la ley sea cumplida. Asi es, como en el Nuevo Testamento se dan, junto a la doctrina de la gracia, otras muchas doctrinas, las cuales son ley  y mandamientos para dominar la carne —porque en esta vida el espíritu no es perfecto ni puede gobernar la sola gracia—, así también hay en el Antiguo Testamento, junto a las leyes, algunos pasajes que hablan de las promesas y de la gracia, y con ellos los santos padres y los profetas, que vivieron bajo el régimen de la ley, se han mantenido en la fe de Cristo como nosotros.
 Así como el propósito de la doctrina fundamental del Nuevo Testamento es:
·         Proclamar la gracia y la paz mediante el perdón de los pecados en Cristo.

 En la misma forma es propósito fundamental del Antiguo Testamento:
·         Enseñar la ley,
·         Señalar los pecados  y
·         Exigir  que se haga el bien.

Esto es lo que debes saber que hay que esperar en el Antiguo Testamento.

Libros de Moisés.

 En el primer libro enseña cómo han sido formadas todas las creaturas y —lo que es el principal motivo de su escrito— de dónde provienen el pecado y la muerte, es decir, por la caída de Adán, a causa de la maldad del diablo, Génesis 3. Pero pronto, antes de que viniera la ley, Moisés nos enseña de dónde ha de venir la ayuda para expulsar el pecado y la muerte, es decir, no por la ley o la obra propia, porque todavía no existía la ley, sino por la simiente de la mujer, por Cristo, prometido a Adán y a Abraham. Así, desde el comienzo de la escritura y en todo su contenido se ensalza la fe sobre toda obra, ley y mérito. Así pues, el primer libro de Moisés contiene casi exclusivamente ejemplos de fe y de incredulidad y qué frutos acarrean, siendo casi un libro evangélico.

Después,  en  el segundo  libro,  cuando el  mundo ya estaba  colmado y sumergido en la ceguera, de modo que casi no se sabía qué era pecado o de dónde había provenido la muerte, entonces Dios hace aparecer a Moisés con la ley y escoge a un pueblo especial para iluminar el mundo de nuevo mediante ellos y para poner de manifiesto el pecado mediante la ley. Entonces organiza al pueblo con toda clase de leyes y lo separa de todos los otros pueblos, los hace construir un tabernáculo, dispone un culto divino, designa  los príncipes y los oficiales, y  provee así a su pueblo muy acertadamente de leyes y personas capacitadas, de modo que pueda ser gobernado espiritualmente ante Dios y  físicamente  ante el  mundo.

En el tercer libro se organiza especialmente el sacerdocio, con sus leyes y reglamentos, según los cuales los sacerdotes deben actuar y enseñar al pueblo. Se observa, pues, que el oficio sacerdotal solamente fue establecido a causa del pecado, para proclamar el pecado al pueblo y para reconciliar ante Dios. De modo que toda su acción consiste en tratar con pecados y pecadores. Por tal motivo, tampoco se concede a los sacerdotes riqueza temporal, ni se les ordena  o permite gobernar  en lo secular, sino que únicamente se les asigna el cuidado del pueblo con respecto a los pecados.


En el cuarto libro, una vez dadas las leyes, instituidos los sacerdotes  y príncipes, y ya erigido el tabernáculo y el culto divino, ya preparado todo lo pertinente al pueblo de Dios, comienza la puesta en práctica, probándose cómo funciona este orden. Por eso describe dicho libro tantas desobediencias y plagas del pueblo, explayando y reiterando algunas leyes. Pues sucede en todo tiempo que es fácil establecer leyes, pero cuando hay que aplicarlas y ponerlas en práctica entonces no se tropieza sino con obstáculos, y nada sucede como exige la ley. Así pues, este libro es un notable ejemplo de que no se puede hacer piadosa a la gente con leyes, sino que, como dice San Pablo, la ley sólo produce pecado e ira.

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